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Un Oscuro Silencio, una sorprendente  fantasía ÉPICA medieval.
Te devorará desde dentro.  
22 min lectura
DESTELLO FINAL. Un Thriller de Ciencia Ficción sorprendente.  Anterior Siguiente

El alba le trajo a jasón una sola certeza:

NO IBA A VIVIR PARA CUMPLIR LOS 18.

Bienvenidos a la misteriosa villa norteña de Dannark, donde algo siniestro está ocurriendo y nadie se atreve a hablar al respecto. Los visitantes no han sido vistos en décadas y la población está disminuyendo de forma lente e inexorable.

Pero tras los labios apretados de padres y ancianos, hay una historia que desearían desesperadamente poder compartir con sus hijos, pero un terrible juramento les impide hacerlo y los ata en el silencio.

Hasta que un día, dos amigos y la hija del alcalde se unen para evitar el asesinato del paria de la aldea, un chico extraño al que llaman Kaj. Sin saberlo, desencadenan una serie de eventos que pondrán a prueba sus límites una y otra vez, empujándolos hacia lo desconocido.

¿Qué secretos se ocultan en el Norte? ¿Podrán enfrentar al Guerrero Pálido que se alza de nuevo entre las brumas y traer la magia de vuelta al mundo de los hombres?

Descubre los misterios de Dannark en esta emocionante historia de aventuras, intriga y magia. Únete a los valientes protagonistas mientras luchan por sobrevivir en un mundo donde la verdad es peligrosa y las mentiras pueden matar. ¿Te atreves a descubrir el oscuro secreto de Dannark?


Capítulo 1

El ABISMO A TUS PIES

Acabó de vestirse en la oscuridad con deliberada lentitud, cosa bastante inédita en él. Se sorprendió aspirando el leve aroma floral con vetas de romero y lavanda que se desprendía de las bolsitas de tela arpillera que su madre repartía de forma estratégica por toda la casa y en particular en los dormitorios.

La localizó justo debajo de su almohada y se la acercó al rostro mientras su agudo oído seguía a todos y cada uno de los familiares sonidos que invadían su hogar por las mañanas.

—Tantas cosas, tantos pequeños detalles. Y tengo que darme cuenta ahora, cuando ya no significan nada. —murmuró.

«O quizás importan más que nunca, ¿no crees?», se sobresaltó al escuchar la voz de su abuelo en su cabeza.

Asintió a su invisible interlocutor y optó por guardar la bolsita en el bolsillo interior de su camisa.

—Te echo de menos. Todos lo hacemos. —contestó en la oscuridad.

Nadie le replicó en la soledad del cuarto, pero tuvo un destello con la imagen del rostro de su abuelo enarcando una de sus pobladas cejas y esbozando esa sonrisa irónica que tanto…

—Que tanto molestaba a padre —suspiró alzando con una mano el ventanuco de madera del tejado de la buhardilla en la que dormía.

Un cielo duro y plomizo se coló por la abertura y un viento desapacible, húmedo y cargado de salitre, heraldo de la tormenta, le enredó su cabello ya de por sí largo y ensortijado. Ladeó un poco el rostro, pero no porque le molestara el clima exterior. Estaba escuchando de nuevo.

«La casa hoy no suena igual», reflexionó.

Jasón cerró de nuevo la exigua abertura cuando consideró que ya se había ventilado lo suficiente la habitación y la aseguró con un poco de cordel. Con seguridad no iba a necesitar aquel cuartucho nunca más, pero tampoco deseaba que la lluvia invadiera y causara daño alguno en el hogar de su familia.

Volvió a prestar atención a los sonidos procedentes de la planta inferior.

—No, definitivamente no son los de siempre —susurró apoyando su frente en la puerta de madera oscura y desgastada que daba a la escalera—. Se diría que madre camina hoy de puntillas.

Y los niños no estaban. Sus dos hermanos pequeños, dos torbellinos rubios de actividad y risas, tampoco se dejaban notar.

«Padre ha debido llevarlos donde la tía».

Hasta hoy, Jasón había aguardado siempre a su padre junto a la puerta, con las trampas y los cebos listos para su despliegue en su zona de caza habitual.

Hasta hoy. Si a su padre le había sorprendido no encontrarlo listo para la jornada aquella mañana, lo ignoraba.

Jasón lo había escuchado detenerse frente a su cuarto mucho antes de que despuntase el alba, pero no lo llamó. Se limitó a estar allí fuera durante un interminable y elástico minuto y después sus pasos se desvanecieron escaleras abajo. No sabría decir si aquello le había dolido. No había dejado de acompañar a su padre cada mañana desde que cumplió los doce. Ahora tenía casi 18 y sentía como si todas sus emociones estuvieran amortiguadas, hundidas bajo el tremendo peso de lo que había escuchado la noche pasada.

✦ • ✦

Se había levantado y deslizado fuera de la habitación cuando bien entrada la medianoche alguien había golpeado la puerta de su casa con tanta suavidad, que hubiera pasado desapercibido para cualquiera con un oído menos desarrollado que el suyo.

Salvo que no fue así. Por algún motivo, sus padres estaban en pie todavía, aguardando algo frente al fuego con silenciosa angustia. Jasón la había percibido flotando entre ellos durante toda la tarde como un oscuro nubarrón, un presagio que al final se había materializado en la forma de los tres hombres encapuchados a los que dejó acceder su padre al interior de la vivienda. Luego ya vino el revuelo de discusiones en pretendida voz baja y de sillas derribadas cuando la tensión entre sus padres y los visitantes llegó a límites insostenibles. Jasón se había encontrado a sí mismo sujetando con fuerza los barrotes de la escalera y tentado de coger el cuchillo que escondía siempre bajo la almohada. Estaba dispuesto a intervenir en ayuda de sus progenitores, cuando una sola frase lanzada desde el exterior de la puerta abierta de la vivienda, había cortado a través de toda aquella ira y frustración acumulada y zanjado la cuestión. Fue como si aquel tono grave, áspero y profundo hubiera tenido la cualidad de congelarlos a todos en su sitio:

—Es nuestra ley, el camino que escogimos todos.

Su madre había colapsado, derrumbándose en una silla con las manos sobre el rostro. La cara de su padre no la pudo ver, estando como estaba de espaldas a su punto de observación en lo alto de las escaleras, pero vio sus hombros relajarse y la inclinación resignada de su cabeza.

Y entonces Jasón supo que su vida estaba por acabar y apenas si sintió otra cosa que tristeza por aquellos a los que dejaría atrás.

✦ • ✦

Eso fue anoche. Ahora, salió de su cuarto silencioso como un zorro que caminara sobre la nieve y pasó al de los pequeños, al final del pasillo del piso superior.

Puso su mano sobre las mantas y se dejó reconfortar por el calor residual que sus cuerpecitos habían dejado en la cama.

«No volveré a verlos», pensó. Y la certeza de ello casi trajo lágrimas a sus ojos. Sacudió la cabeza, reponiéndose, y su mano izquierda subió a su nuca y deshizo el nudo del amuleto que colgaba de su cuello. Era la sencilla representación en cobre de un dios antiguo y olvidado. Un tosco jinete solitario armado con un hacha que sin embargo fascinaba a su hermanito Pedar.

—Era del abuelo, nunca lo pierdas —murmuró mientras lo depositaba en el lecho. A su lado, colocó una espada de madera en la que llevaba trabajando casi toda la semana.

—No está tan bien acabada como pretendía, Ejnar, pero es que me he quedado sin tiempo de repente.

Se puso en pie, contemplando sus pobres presentes con nostalgia.

—Seréis felices, os lo prometo. —dijo con repentina decisión, dándose la vuelta y descendiendo por las escaleras.

Su madre se afanaba en la cocina y, aunque lo oyó acercarse, no se dio la vuelta para mirarle. El chico atisbó un rostro demacrado y unas lágrimas rebeldes a través del cabello enmarañado de la mujer, que en completo silencio dispuso un plato de gachas en la mesa. A su lado, depositó una pequeña hogaza de pan recién hecho que aún humeaba. Jasón se sentó despacio.

«Entonces, así es como va a ser».

—Padre no me despertó. —dijo para romper el silencio que los ahogaba a ambos.

«Lo sabe, sabe que lo escuché todo desde la escalera».

—Hoy no era necesario —Le contestó con voz más ronca de lo habitual—. Ha ido a retirar las trampas para evitar que la nieve las entierre profundo. Se nos viene encima una tormenta de las grandes.

«A algunos ya nos ha alcanzado», pensó Jasón con amargura.

—Ya. —contestó él apartando el plato. Que le disculpara su señora madre, pero no tenía hambre. Se levantó con un leve tintineo metálico procedente de la cota de malla. Jasón se había vestido con las galas militares de su abuelo. Un atuendo en negro y plata que poco o nada tenía que ver con las vestimentas de aquella región donde la mayoría de sus habitantes se dedicaban a la agricultura y la pesca. La espada también colgaba de su cintura.

Si a su madre le extrañó verlo con semejante equipaje, se lo guardó para sí.

Jasón se acercó al perchero de la entrada y por un segundo estuvo tentado de coger la elegante capa de pelo negro y blanco que había lucido su abuelo. Sin embargo, su naturaleza práctica se impuso y se cubrió los hombros con su raído guardapolvos gris, mucho más adecuado para la tarea que tenía en mente.

Iba limitarse a salir por la puerta pero, en el último momento, volvió sobre sus pasos y abrazó a su madre por detrás. El cuerpo de la mujer se puso rígido y el olor agrio del dolor y el miedo surgieron de ella a oleadas, pero no dijo nada. Sollozaba.

—Todo está bien, madre. Todo queda perdonado. —Le susurró al oído.

Y salió a la calle.

Capítulo 2

LOS NIÑOS DEL INVIERNO

Llamarla calle era ser muy generoso con la principal vía de acceso al pueblo. Un amplio camino cubierto por una perene nube de polvo gris que irritaba ojos y gargantas de hombres y animales por igual.

El hogar de Jasón se encontraba ubicado a un lado del mismo y bastante alejado de lo que era el pueblo de Dannark en sí. Un centenar de metros distaban hasta el domicilio de sus vecinos más próximos. Su casa era una de las más antiguas y la única, junto a la del alcalde, que todavía mantenía en propiedad la parcela que la rodeaba. El resto habían ido perdiendo sus privilegios décadas atrás, cuando el crecimiento exponencial de la población demandaba más terreno del que había disponible.

«Las cosas han cambiado mucho desde entonces», meditó cubriéndose la cabeza con la capucha.

Durante los últimos años había asistido al estancamiento de la población y su posterior y lenta merma. Al menos ahora sabía de primera mano a qué se debía el progresivo abandono de las viviendas y la falta de visitantes de otras aldeas. El motivo por el que ni siquiera los buhoneros se dignaban a tratar con ellos.

Los suministros se habían reducido a todo aquello que fueran capaces de recolectar, cazar o producir por sí mismos. A menudo se preguntaba qué habría ocurrido si no tuvieran el mar de Gelios tan cercano.

«Migrar… o morir poco a poco de hambre».

Esta vez agradeció en silencio la presencia de la barrera de polvo que les aislaba del resto. Rodeó su casa y comenzó a caminar campo a través, en dirección contraria al pueblo y buscando la linde del bosque situado un kilómetro más allá; procurando que la vivienda se interpusiera entre él y cualquier mirada indiscreta que procediera de la población. Si se daban cuenta de que se alejaba, darían por hecho que estaba huyendo y no tardarían en perseguirle.

«Que vengan», pensó acariciando el pomo de la espada.

«No te apresures, muchacho. No es bueno juzgar a un hombre sin tratar de calzarte antes sus zapatos. Y menos a un asentamiento entero», susurró en su cabeza una voz familiar.

«Reserva tus fuerzas para el enemigo o, peor aún, para el viaje que te aguarda. Y confía en que tus amigos mantengan la promesa que os hicisteis o no habrá nada que hacer y la oscuridad nos devorará a todos».

Jason asintió, muy a su pesar, siendo consciente de que la voz que escuchaba no era sino la suya propia disfrazada con el tono pausado de su abuelo. Su sentido común luchando por traerlo de nuevo a la realidad.

«Qué distinto era todo aún no hace ni dos años», se dijo mientras su mente retrocedía al día en el que descubrieron que todo cuanto conocían, que todo en cuanto creían… no era cierto.

✦ • ✦

El polvo olía a paja mientras invadía sus fosas nasales.  A paja y quizá a vergüenza y lágrimas viejas. No era la primera vez que daba con sus huesos en aquel lugar. Eso le irritó más que la bota que oprimía su rostro contra el suelo del cobertizo.

Liberó su cabeza a costa de dejar un rastro de piel y sangre detrás suyo y giró sobre sí mismo para alejarse de su contrincante, un enorme muchacho de cabellos cortos y castaños cortados al estilo de los soldados mercenarios del este.

Se levantó, flexible como un junco, dispuesto a seguir luchando mientras las piernas le sostuvieran; pese a saber que no tenía ni una oportunidad. Otros dos chicos rodeaban sus flancos para evitar que huyera.

—No aprendes, Kaj. —Se dirigió a él su oponente, usando el apelativo lleno de desprecio que usaban todos en el pueblo para aquellos que carecían de familia:

Kaj, tierra. Un niño del barro y el abandono.

—En el suelo todo habría terminado mucho más rápido. Ahora tendré que empezar a sacudirte de nuevo. —anunció con evidente satisfacción.

El aludido escupió un cuajo de sangre a un lado, con desprecio. El rostro le ardía y la nariz sangraba con profusión.

«Espero que no esté rota. Ya de por sí no soy demasiado guapo», rio por dentro.

Los demás solían pensar que estaba loco porque continuaba sonriendo incluso cuando el castigo hubiera sido excesivo incluso para un adulto fuerte.

No comprendían que aquella actitud era todo el gesto de rebeldía que el muchacho huérfano podía permitirse. Su muro, su guarda, su fortaleza inexpugnable.

—En el suelo mejor, Kaj. Hijo del polvo —repitió otro de aquellos chicos por enésima vez—, eso es lo que queda de tu familia.

Los otros dos rieron (de nuevo) a lo que para Kaj ya se reducía a una monótona cantinela de desprecio y crueldad gratuitas.

Alzó una vez más sus estandartes imaginarios, un cuerno llamando a la lucha resonó en su memoria y una sonrisa de desafío, de ensayada autosuficiencia se dibujó en su rostro.

—Kurt, Kurt —dijo meneando la cabeza a un lado y a otro —, ¿Para qué me quieres en el suelo? ¿Acaso ya te cansaste de abusar de las gallinas de tu padre y necesitas algo más?

El aludido enrojeció de furia y se abalanzó sobre él, tan solo para abrazar al aire.

Kurt era grande y musculoso, pero no demasiado ágil.

Kaj, ahora detrás de él, reía en voz alta:

—En serio, si lo sabe todo el pueblo. Por eso cada vez vendéis menos. Da un poquito de asco guisarlas, si lo piensas.

Se hizo a un lado para evitar una nueva embestida y de paso interpuso una pierna en el camino del otro, haciéndolo caer de forma aparatosa.

—¡Cogedle!, ¡sujetadle, malditos seáis! —gritó Kurt desde el suelo con el cabello cubierto de paja y suciedad.

Kaj se debatió entre los otros dos durante un rato, pero al final lograron reducirlo y sujetarlo contra uno de los postes de madera. La enorme mole de Kurt se cernió sobre él, bufando su triunfo.

Los golpes llovieron sobre él sin piedad y si no hubiera sido por los dos compinches de aquel malnacido, habría caído de nuevo al suelo.

«Debería de darles las gracias por la gentileza», rio en su cabeza con ácida amargura.

Kurt se había detenido para recuperar el aliento, momento que aprovechó Kaj para tratar de abrir los ojos.

Su campo de visión se había reducido a unas meras ranuras por las que corría la sangre.

«Acabemos con esto de una puta vez».

Oye —murmuró luchando porque se le entendiera a través de los labios tumefactos—, ¿por qué no te trincas a estos dos? Se los ve de lo más obediente. Igual te darían menos guerra que las gallinas. Aunque tienen pinta de ser aún más escandalosos.

Terminó su parlamento riendo de forma entrecortada. Su pecho pinchaba. De seguro tenía más de un hueso roto.

El rostro de Kurt se ensombreció como nunca antes lo había visto. Un nuevo nivel de furia, que sin embargo parecía haberle entregado cierto control sobre sus acciones.

Lo cogió del pelo y lo obligó a alzar el rostro frente a él:

—Ha sido tu último chascarrillo, inmundicia. —Le dijo con un tono tan helado que hasta kaj se sorprendió, por lo inédito.

Lo entrevió apartándose de él y dirigirse hasta el fondo del cobertizo de donde cogió una de las horcas para el heno.

La visión de aquellas cuatro púas oxidadas tuvieron la virtud de acobardar a sus dos compinches, que de forma inconsciente relajaron su presa sobre Kaj.

—Kurt, espera. ¿Qué vas a hacer? —Le dijo uno de ellos, nervioso. Se llamaba Thomas, creía recordar Kaj. Del otro chico ignoraba el nombre, pero lo escuchó intentando mostrar su desacuerdo con el cariz que estaba tomando aquello. Una sola mirada de Kurt bastó para hacerlos enmudecer.

Silencio. No nos pasará nada —dijo muy tranquilo acariciando una de las púas—. Nadie lo echará de menos, ni siquiera el borracho de su tío. Qué va, hasta puede que el tipo lo celebre.

«Mira por dónde, va a ser la primera vez que estoy de acuerdo con este imbécil», pensó Kaj. «La primera y la última, me temo»

—Joder, Kurt. —Aún trató de protestar Thomas.

Sin embargo, ambos continuaron sosteniendo el cuerpo de Kaj con fuerza renovada.

Éste observaba toda la escena con un distanciamiento y una indiferencia ajena a sí mismo. No podía evitarlo, formaba parte de su don secreto.

Veía la mirada de Kurt y debajo de aquella nueva frialdad y desapasionamiento repentino por parte del matón, identificaba los destellos de la auténtica locura extendiéndose por sus ojos como una marea negra. Una que brillaba como la obsidiana.

«Ahora sí. He quebrado su cascarón y traído a la luz al asesino».

—Te rompí. —murmuró por lo bajo.

Kurt lo oyó y sonrió:

—No va a ser rápido. Te lo garantizo. —Y movió la horca hacia atrás, cogiendo impulso.

Y se detuvo.

Kaj intentó parpadear, pero lo único que consiguió fue liberar un par de gruesos lagrimones de sangre que se deslizaron desde sus ojos por las mejillas.

Un grito agudo y ensordecedor como el canto de una banshee le laceraba los oídos y, al parecer, procedía de delante de él.

Kurt gruñó, pero no bajó el arma.

—Aparta de ahí, hermanita. No te entrometas o tú también cobrarás premio hoy.

«¿Su hermana?, ¿la pequeña Lizeth?».

Kaj se tensó obligando a que los dos esbirros tuvieran que redoblar sus esfuerzos por mantenerlo sujeto.

Apenas si distinguía ya las formas a través de los ojos hinchados, pero entreveía un pequeño bulto frente a él vestido de azul celeste y con las manos extendidas. Protegiéndole.

«No, no», ahora sí que estaba preocupado. Kurt se encontraba inmerso en un estado de ánimo peligroso en extremo.

—Chica, vete de aquí. —Consiguió decir—. Tu hermano ya no es él mismo.

La muchachita, casi un palmo y medio más baja que él, movió la cabeza sin girarse:

—No. —Se reafirmó terca.

Kurt avanzó y dándole la vuelta a la herramienta, golpeó con ella el rostro de la chica, arrojándola a un lado.

Kaj se revolvió contra sus captores temiendo por ella al ver a Kurt alzar la horca por encima de su cabeza.

—¡Basta! —gritó alguien desde fuera de su limitado campo de visión.

Kurt se dio la vuelta, tan solo para recibir un tremendo impacto en el rostro que aplastó su nariz y lo envió al suelo inconsciente.

Kaj resbaló hasta el suelo cuando los otros dos dejaron de sujetarle de repente. Por el ruido de carrera a su espalda, entendía que no deseaban enfrentarse al recién llegado y habían elegido la huida.

Intentó arrastrarse hasta la chica, pero alguien lo sujetó y le obligó a sentarse con la espalda apoyada en el poste.

—No te muevas. Hay que ver si tienes algún hueso roto. —Le ordenó una voz juvenil.

—La chica… —Intentó hacerse entender. Tenía la boca tan seca e hinchada, que ni el mismo conseguía entender su farfulleo.

—Está bien. Le dolerá la cara un par de días, pero ya está despertando —contestó otro sujeto diferente, también joven por el timbre.

—Eres valiente, huérfano. Mi abuelo no se equivocó contigo. —Le apoyaron una mano en el hombro, en un gesto de reconocimiento que Kaj nunca había recibido de nadie—. Esperaremos a que la chica despierte del todo e iremos a que atiendan vuestras heridas.

—Valiente o tonto de remate. No lo tengo yo tan claro —rezongó la voz del otro. Se intuía grande, mucho más grande que Kurt, que ya era enorme.

El conocimiento le llegó de repente, aun cuando no los veía:

—Válgame la suerte —rio—. El aprendiz del herrero y el hijo del trampero. No sé si os conviene hacer migas conmigo.

—Probablemente no —repuso el grande—, pero lo decidiremos nosotros.

—Torben habla por los dos. Yo soy Jasón.

—Y yo Lizeth. —Añadió una vocecita desde un lateral.

Kaj hubiera sonreído de haber podido. Hacía unos instantes estaba decidido a entregarse a la muerte de forma voluntaria, y he aquí que el destino de repente le mostraba un camino nuevo e inesperado.

—Mi señora, os debo la vida —Se esforzó por pronunciar con voz engolada—. Disculpad si no me inclino ante vos. Ando un poco perjudicado.

Y dicho esto, se desmayó.

Durante unos segundos, los demás se miraron entre sí en desconcertado silencio.

Luego Torben se inclinó para recoger al inconsciente Kaj mientras murmuraba:

—Me he quedado con las ganas de preguntarle de si lo que dijo de las gallinas era cierto.


Disponible en Amazon en formato eBook, tapa blanda y tapa dura.

© Alberto Martínez Sánchez 2023. Todos los derechos reservados.

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